Cómo me alegra recibiros una semana más En el drama de mi vida, confieso que no entiendo cómo os sigue interesando todas y cada una de las desgracias que este mundo me hace vivir, en un futuro seré recordada como una mártir que se sacrificó para sacar una sonrisa a los demás.
¡Si es que no me merecéis!
¡Si es que no me merecéis!
Muchas veces me preguntan, ya sabéis que cuando una adquiere fama y notoriedad los fans no te dejan ni respirar, si todo lo que cuento es real o fruto de una trabajada imaginación. Os prometo que cuando cada semana me paro a pensar qué os voy a contar hago memoria en algo que me haya pasado (recientemente o "el otro día" que es como yo llamo a las cosas que pasaron en un tiempo indefinido entre ayer o hace 5 años), cambio algún dato para no ofender a nadie y si acaso le incluyo algo de ficción porque, aunque cueste creerlo, mi vida no es tan emocionante como puede parecer aquí. De todas formas y a modo de resumen, la base de cada entrada es 100% real.
Tan real como el mal que asoló mi cuerpo hace unas semanas, no sabría definirlo mejor porque como ya os comenté en la entrada correspondiente, cada día me levantaba con algo nuevo así que me tocó visitar diferentes médicos en pocos días. ¿No pinta maravilloso? Lo primero fueron las urgencias del hospital, para ello me sacaron literalmente de casa porque mi cuerpo únicamente sabía temblar y sudar (siempre he sido así de incoherente) aunque para quienes me atendieron en el hospital no estaba lo suficientemente jodida mal como para atenderme en menos de 5 horas.
La razón que me motivó a cambiar mi casa por una sala de espera del hospital fue mi repentino aumento de la temperatura corporal y, sobre todo, que esta no bajaba de 38.5 llegando a dispararse cuando pasaban 2 horas de haber tomado el correspondiente paracetamol. Señores de urgencias: si estoy bien os aseguro que no me da por movilizar a media familia para que algún alma caritativa (gracias herma) me saque de mi microclima de sofá y manta para pasar mi día en una sala de urgencias que huele a persona mayor mientras supero mi tembleque en una miserable silla de plástico. Tendré otros vicios raros, pero este os aseguro que no.
Digo yo que como sólo estaba con fiebre y desorientada decidieron que con tomarme la temperatura 15 segundos (cosa que no entendí bien porque el termómetro era parecido al que yo tengo y hasta que no pasan por lo menos 3 minutos te dicen que no te lo quites) y ver que tenía 37.8 (habérmelo dejado 15 segundos más, verás qué bien) optaron por tenerme casi dos horas esperando mientras observaba con incredulidad cómo gente que había llegado después que yo (y que os prometo que muriéndose no estaban) eran atendidos mientras yo seguía postrada en aquellas sillas del infierno. Pasado ese tiempo en el que me había dado tiempo a sudar la fiebre y volver a sentir frío, me volvieron a llamar para hacerme una prueba cuyo resultado esperé otras 2 horas para ¿sabéis qué me dijeron? Que pidiera cita con el especialista y el de cabecera.
Entonces -preguntaba con incredulidad- ¿para qué he pasado aquí 5 horas?.
Al día siguiente acudí al especialista como "sabiamente" dijeron los de urgencias, al cual olvidé ir (menos mal que está cerca de mi casa y que existen los taxis) debido a mi estado de yonki con chándal y riñonera en el que me encontraba desde hacía un par de días.
Tras la consulta me recetó unas medicinas que ninguna farmacia de Madrid tenía a no ser que la encargaras con anterioridad, como dirían en el circo: ¡más difícil todavía! Aunque no me terminó de quedar claro si esa historia era verdad o es que nadie le quiere vender medicinas a un yonki por mucha receta que lleve. Aprovechando que me había quitado el pijama acudí también al médico de cabecera de la Seguridad Social, el cual me dijo para mi mayor tranquilidad que si seguía así en un par de días volviera rápidamente a urgencias. ¿A urgencias? antes visito al doctor Fofana para que me recete unas hierbas.
Aunque esta es la historia resumida, porque hasta que mi médico de cabecera me atendió pasé hora y media en la sala de espera (menudo vicio tengo) mientras un montón de jubilados se preguntaban unos a otros a qué hora tenían cita con la doctora, debe ser que lo de comparar enfermedades está pasado de moda, mientras se lamentaban de lo mucho que tarda en atender y que para pasar aquí la tarde ¿tenéis algo mejor que hacer? que no vienen. Curiosamente y por una razón que desconozco, cuando cualquiera de ellos pasaba consulta hasta pasados 30 minutos no salían de allí.
Pero estaba demasiado agotada como para hacer nada así que me limité a pensar que de aquella situación tenía que sacar una entrada del blog.
Como os iba contando hasta el día 3 de mi agonía no pude comenzar con la correspondiente medicación gracias a mi farmacéutica, con la que he entablado una gran amistad después de casi vomitarle, desmayarme y gritarle que cómo que no iba a tener esa medicina que tanto necesitaba, en tan solo 72 horas. A partir de ahí la fiebre comenzó a remitir cosa que agradecí, ya me estaba cansando de los paños en la frente y los baños en agua templada porque a mí cuando me da fiebre me da bien y en esos días mi temperatura corporal estuvo en una media de 39 grados. El último día en casa lo pude pasar tranquilamente en mi sofá, con mi batamanta (necesitáis tener una YA, es el mejor invento tras la rueda) y poniéndome al día del mundo de la farándula con los programas de la mañana.
Cuando volví a trabajar comenzó la afonía que os conté hace 2 semanas, pero la gente no se creía que aquello era lo mejor que me había pasado en toda la semana así que he decidido contarlo con el dramatismo que se merece para que todos seáis consciente de lo cerca que estuve de ver la luz.
¡Gracias por leerme!
La razón que me motivó a cambiar mi casa por una sala de espera del hospital fue mi repentino aumento de la temperatura corporal y, sobre todo, que esta no bajaba de 38.5 llegando a dispararse cuando pasaban 2 horas de haber tomado el correspondiente paracetamol. Señores de urgencias: si estoy bien os aseguro que no me da por movilizar a media familia para que algún alma caritativa (gracias herma) me saque de mi microclima de sofá y manta para pasar mi día en una sala de urgencias que huele a persona mayor mientras supero mi tembleque en una miserable silla de plástico. Tendré otros vicios raros, pero este os aseguro que no.
Digo yo que como sólo estaba con fiebre y desorientada decidieron que con tomarme la temperatura 15 segundos (cosa que no entendí bien porque el termómetro era parecido al que yo tengo y hasta que no pasan por lo menos 3 minutos te dicen que no te lo quites) y ver que tenía 37.8 (habérmelo dejado 15 segundos más, verás qué bien) optaron por tenerme casi dos horas esperando mientras observaba con incredulidad cómo gente que había llegado después que yo (y que os prometo que muriéndose no estaban) eran atendidos mientras yo seguía postrada en aquellas sillas del infierno. Pasado ese tiempo en el que me había dado tiempo a sudar la fiebre y volver a sentir frío, me volvieron a llamar para hacerme una prueba cuyo resultado esperé otras 2 horas para ¿sabéis qué me dijeron? Que pidiera cita con el especialista y el de cabecera.
Entonces -preguntaba con incredulidad- ¿para qué he pasado aquí 5 horas?.
Al día siguiente acudí al especialista como "sabiamente" dijeron los de urgencias, al cual olvidé ir (menos mal que está cerca de mi casa y que existen los taxis) debido a mi estado de yonki con chándal y riñonera en el que me encontraba desde hacía un par de días.
Tras la consulta me recetó unas medicinas que ninguna farmacia de Madrid tenía a no ser que la encargaras con anterioridad, como dirían en el circo: ¡más difícil todavía! Aunque no me terminó de quedar claro si esa historia era verdad o es que nadie le quiere vender medicinas a un yonki por mucha receta que lleve. Aprovechando que me había quitado el pijama acudí también al médico de cabecera de la Seguridad Social, el cual me dijo para mi mayor tranquilidad que si seguía así en un par de días volviera rápidamente a urgencias. ¿A urgencias? antes visito al doctor Fofana para que me recete unas hierbas.
Aunque esta es la historia resumida, porque hasta que mi médico de cabecera me atendió pasé hora y media en la sala de espera (menudo vicio tengo) mientras un montón de jubilados se preguntaban unos a otros a qué hora tenían cita con la doctora, debe ser que lo de comparar enfermedades está pasado de moda, mientras se lamentaban de lo mucho que tarda en atender y que para pasar aquí la tarde ¿tenéis algo mejor que hacer? que no vienen. Curiosamente y por una razón que desconozco, cuando cualquiera de ellos pasaba consulta hasta pasados 30 minutos no salían de allí.
Pero estaba demasiado agotada como para hacer nada así que me limité a pensar que de aquella situación tenía que sacar una entrada del blog.
Como os iba contando hasta el día 3 de mi agonía no pude comenzar con la correspondiente medicación gracias a mi farmacéutica, con la que he entablado una gran amistad después de casi vomitarle, desmayarme y gritarle que cómo que no iba a tener esa medicina que tanto necesitaba, en tan solo 72 horas. A partir de ahí la fiebre comenzó a remitir cosa que agradecí, ya me estaba cansando de los paños en la frente y los baños en agua templada porque a mí cuando me da fiebre me da bien y en esos días mi temperatura corporal estuvo en una media de 39 grados. El último día en casa lo pude pasar tranquilamente en mi sofá, con mi batamanta (necesitáis tener una YA, es el mejor invento tras la rueda) y poniéndome al día del mundo de la farándula con los programas de la mañana.
Cuando volví a trabajar comenzó la afonía que os conté hace 2 semanas, pero la gente no se creía que aquello era lo mejor que me había pasado en toda la semana así que he decidido contarlo con el dramatismo que se merece para que todos seáis consciente de lo cerca que estuve de ver la luz.
¡Gracias por leerme!
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