domingo, 18 de octubre de 2015

En el drama de mi pie: el desenlace

Bienvenidos una vez más a En el drama de mi vida. Es posible que después de tanto tiempo no recordéis de qué iba esto y probablemente os preguntéis por qué estáis leyendo este blog...
Podéis releer mi primer post allá por 2012, pero os aseguro que os reengancharéis rápidamente.

Últimamente no he tenido tiempo ni de quejarme ¿Os lo podéis creer? Entre el trabajo ¡Ay que ver con lo rápido que me adapté a la vida del parado!
Mis ocho horas diarias de sueño (más la siesta), el estudio (porque hay que reciclarse) y que ahora me he apuntado a pilates para sentir que hago algo de ejercicio, no doy abasto...

Yo que nací para ser una Ylenia de la vida y aquí me tenéis, trabajando y estudiando.
Comprenderéis mi ausencia estos últimos meses.

Pero a pesar de todo, mis dramas no se toman descanso y he vuelto con muchas historias acumuladas para compartir con todos vosotros.

¿Por dónde nos habíamos quedado? Ah si, mi sesamoiditis.
Desde el momento en que recogí mis plantillas mi dolor se redujo de forma considerable, sobre todo porque no pasaban tres semanas sin que fuera a hacer una visita a la fisio para descargar la zona.

La mejoría iba llegando con cuentagotas, pero cada avance lo celebraba como si acabara de ganar la Champions: El primer día que no me dolió al despertarme, el primer día que no me morí de dolor en la consulta de la fisio o el día en el que el podólogo dejó de sugerirme que la solución a mi problema sólo iba a llegar infiltrándome en ambos pies.
¡Vamos!

Pero el gran problema seguía sin solucionarse. No podía llevar otros zapatos más que aquellos que fueran cerrados, con dos dedos de tacón y en los cuales cupiera la plantilla ortopédica que tenía que llevar sí o sí.
Imaginad qué futuro estilísitico más negro se me presentaba.

Al principio usaba unos botines negros que ya tenía y cumplían todos los requisitos anteriormente nombrados, pero llegué a aborrecerlas y el calor que anunciaba la inminente llegada del verano hacía que llevarlos puestos se convirtiera en una tortura. Así que le eché valor y me fui de compras para encontrar el calzado perfecto.

Los zapatos que cumplían lo que me dijo el podólogo ¡eran horrorosos!
A punto estuve de echarme a llorar cuando, tras más de una hora visitando zapaterías, empecé a asumir que no iba a encontrar nada decente que llevar en mis pies los próximos meses.
Pero como todo llega, llegó el día en el que la fisio me dejó ir sin plantillas primero un día a la semana, después dos para finalmente dejarme ponérmelas únicamente cuando encajara en mi zapato.

Así que cambié mis sesiones de masajes y electrodos en los pies por las clases de pilates, que al menos son en grupo y duele menos... Bueno no, duele lo mismo pero de eso os hablaré el próximo día.

¡Gracias por leerme!