domingo, 28 de abril de 2013

Una mañana en la peluquería

Hay momentos en tu vida en los que tienes que echarle valor y lanzarte sin pensar en las consecuencias: tu primera (segunda, tercera, décima) experiencia con la olla express, las primeras veces que conduces tras obtener el permiso de conducir... 
Y no podemos olvidar cuando decides que ya es hora de cortarte el pelo.

Todo comienza un día en el que te percatas que varias personas de tu entorno te empiezan a sugerir que deberías pasar por la peluquería. ¿Yo cortarme el pelo?, les respondes, pero si la semana pasada me compré una laca que vi que dejaba el pelo ideal. ¡Mira qué bien lo tengo!
A pesar de que ellos intentan darte la razón como a un tonto porque se han dado cuenta que te han timado de mala manera...
Acabas aceptando tu derrota, le echas valor y pides cita para ir al peluquero cuanto antes, así sufres menos. 
Ya te has auto-convencido, sabes que no hay vuelta atrás, así que los días previos te dedicas a elegir el peinado mirando revistas del corazón. "Si esas todo lo que tienen es arreglo" piensas, así que eliges tu objetivo.
¡Hala, ya está! Algo simple, que yo pueda arreglármelo así en un momento por la mañana: un chorrito de agua, espuma, me lo muevo un poco y "voilà! ya estoy divina". Así que apareces en la peluquería con la motivación por las nubes
Y la foto que recortaste el otro día en tus manos. Se la enseñas al peluquero en cuestión el cual, intentando contener la risa, te explica que con la cantidad de pelo del que dispone lo más que podrá hacer será esto:
Ya es tarde para salir corriendo de allí porque, sin darte cuenta, ya estás sentada en una silla con el pelo empapado, un babero gigante cubriendo tu cuerpo y mirándote en un pedazo de espejo que te recuerda constantemente que tu pelo es una basura.
En última instancia sólo queda encomendarse a la virgen del Rocío, si nos está sacando de la crisis ¿por qué no va a poder arreglar lo de mi pelo?
Entonces queriendo salir rápido de allí le dices a tu peluquero las seis palabras prohibidas "córtame sólo las puntas, por favor". Sabes que un peluquero que se precie jamás te cortará sólo las puntas, lo sabes pero no puedes hacer nada, y no es que no puedas hacer nada sino que tienes que verlo todo (quieras o no) en ese espejo gigante que te han colocado. Yo creo que lo hacen para que te sientas más vulnerable y así ellos tomen el control de la situación.
Después de pagar a la persona que te ha destrozado el pelo y la vida, sales corriendo a casa con el consuelo  de que el pelo crece, no sin antes comprar provisiones para las dos semanas que vas a pasar sin salir a la calle. Todo esto para que luego tu pareja te mire y te diga "¿Te has hecho algo? te noto rara..." 
Si no tenéis más remedio que relacionaros con el mundo exterior, sólo queda confiar ciegamente en la laca, espuma o gomina que ya sabemos que no hacen nada. ¿No es maravilloso? 

Maravilloso es empezar cada semana sabiendo que seguís entrando a leerme, ya son más de ¡¡2000 visitas en cuatro meses!! Así que hoy, más que nunca, ¡gracias por leerme!

domingo, 21 de abril de 2013

Espejito, espejito mágico, ¿quién es la mas bella?

Después de varias semanas recordando lo mejor de mi visita al pueblo, me temo que ha llegado el momento de volver a las entradas de siempre. Me estaba cansando de tanto "pastelosismo" y necesito urgentemente una buena sesión de quejas y críticas en la que prometo no defraudaros.
Todo comenzó hace unos días mientras paseaba por mi ciudad y me dí de bruces con el anuncio que os muestro a continuación:
Vosotros pensaréis "muy mona Gisele Bundchen si, pero ¿qué nos quieres decir?". Cuando casi plasmo mi silueta contra la dichosa marquesina
pensé lo mismo que vosotros, pero además me surgió una pregunta: ¿realmente habrá gente que se compre este maquillaje pensando que su piel se asimilará a la de la súper modelo?. Nada más lejos de la realidad, me temo.

La siguiente situación os puede ser familiar, estás tumbado en el sofá viendo la televisión cuando aparece un anuncio de una espuma para el pelo, y piensas "Qué bien tiene el pelo esta chica... ¡me la compro!" y te la compras, pero no... 
Lo que no se ve en el anuncio es la cantidad de horas en las que varios peluqueros han estado peinando a la muchacha esa tan mona del anuncio, pero ya es tarde porque te acabas de gastar 10 € en una espuma que no consigue dejarte esos tirabuzones que tanto deseas.
¿Y qué me decías de las revistas? Esas en las que te encuentras un artículo titulado "Cómo ser tu misma y triunfar en tu vida personal y laboral, en 10 sencillos pasos" y a continuación te encuentras con un anuncio en el que aparece Madonna, más joven que su hija, acompañado de un "Pierde 10 kg en sólo una semana para lucir espectacular en bikini". Decidme que vosotros también veis la incongruencia de todo esto.
Es como si tu pareja te dice "Cariño me encanta como eres, pero auméntate el pecho y retócate la nariz". Esto me recuerda a una portada de una conocida revista en la que aparecía una tal Adriana Abascal presumiendo de novio, me hizo gracia que aclarara que el susodicho no era multimillonario (creo que es millonario sólo) y que se había enamorado ¿de su forma de ser? Espera que me ría.
Perdonad el inciso, es que es hablar de photoshop y me viene automáticamente esta revista a la cabeza... Volviendo al tema, cuando ojeas una revista cualquiera debes dar por descontado que todas las fotos han sido retocadas en mayor o menor medida, esto hace que muchas personas aspiren a tener un cuerpo que es físicamente imposible. Desde hace un tiempo personajes habituales de las revistas han pedido que se acabe con este exceso de photoshop, un ejemplo es Britney Spears que exigió que se publicaran sus fotos para un reportaje antes y después del retoque, ¿queréis ver el resultado?
También me hacen mucha gracia esos anuncios de cremas faciales en las que prometen ¡¡regenerar el ADN!!. De verdad, ¿me están diciendo que si me unto ese potingue por mi tez el ADN de una adolescente penetrará por mis poros y me acabaré convirtiendo en una de ellas? Disculpadme pero prefiero bañarme en la sangre de mis doncellas, es más efectivo.
Mi conclusión es que si quieres cambiar algo de tu cuerpo o parecer más joven, págate una buena operación de estética o inyéctaté un poquito de botox... 
Pero andate con ojo, no te vaya a ocurrir como a la protagonista de la siguiente noticia. Por lo visto la mujer no era muy agraciada físicamente y decidió dejarse de cremas e ir directa al grano pasando por el quirófano. Años después decidió formar una familia pero los genes, que son caprichosos, hicieron que el retoño se pareciera a su madre antes de la transformación. Menudo susto para el padre de la criatura.
Tranquilos, no temáis que la próxima semana volveré. ¡Gracias por leerme!

domingo, 14 de abril de 2013

Todo queda en familia

Estimados y fieles lectores, me gustaría pediros disculpas antes de nada porque mi última entrada (si no la habéis leído, no se a qué demonios esperáis ) quedó algo política. Eso es algo que prometí que no haría en este blog, pero os he demostrado que hasta la persona que más admiráis os puede traicionar así que no os quejéis porque os acabo de enseñar una valiosa lección. Ya me daréis las gracias en los comentarios, aunque os noto algo tímidos, ¡¡si se puede hacer de manera anónima!!
De todas formas, si en algún momento de vuestra existencia sentís la necesitáis la necesidad de poner parte de vuestro destino en las manos de alguien, os recomiendo que lo hagáis en la familia:
La familia será el tema de esta semana, puede que el título os diera alguna pista, y es que gracias a las redes sociales me he acercado a ese grupo de personas que, además de compartir parte de mis apellidos, vivieron conmigo un montón de buenos momentos que ahora son bonitos recuerdos.

La vuelta al pueblo en las últimas vacaciones hizo que me reencontrara con la mayoría de mis primos y, como es habitual en ese tipo de reuniones, pasamos todo el tiempo recordando anécdotas de la infancia y adolescencia. Esas cosas se suelen hacer con la excusa de contárselas a los que han ido llegando (parejas, hijos, ...), pero en el fondo lo hacemos porque nos encanta recordar aquellos años.
Por unas horas olvidamos que ya tenemos una edad, dejamos de pensar en el trabajo y las obligaciones para volver a ser unos niños sin mayor problema en la cabeza que decidir qué travesura íbamos a organizar aquel día. Durante varios días, me volví a sentir una adolescente que disfrutaba de la libertad que me daba el pueblo, donde podía hacer cosas que en la ciudad ni en sueños podía imaginar.

En mi caso, yo que era una niña de ciudad que apenas pisaba la calle, era llegar al pueblo y transformarme en un ser totalmente desconocido para mis padres. Recuerdo las excursiones a la tienda de golosinas frente a la casa de mis abuelos, que ríete tu de de la dieta sana y equilibrada... De hecho hace poco vi que la tienda había cerrado, y estoy convencida que con todo el dinero que gastamos allí de pequeños la señora que nos despachaba se compró  una isla privada en Bora Bora donde pasar tranquilamente su jubilación.
Aunque todo aquello en gran parte era culpa de los abuelos, "¿que no quieres comer lentejas y prefieres unos gusanitos? ¡pues cómete los gusanitos!", lo mejor es que a continuación te daban dinero para que fueras a la tienda a comprarlos. Y tu pensando que no hacía falta morir para conocer el cielo, hasta que tu madre hacía acto de presencia y te comías las lentejas al ritmo de sus capones. Un día tengo que hablar más detenidamente de los benditos abuelos, que al final era quienes se llevaban las broncas de los padres por consentirnos demasiado.
Si aquella dieta rica en regaliz y pica pica no era suficiente para matarnos de una úlcera, de pequeños nos jugábamos la vida jugando con fuego (y no es un decir, que aún recuerdo cuando me quemé el flequillo jugando con una vela) o poniendo nuestra vida en manos de nuestros primos mayores, que aunque nos sacaban unos 5 años pero en aquella época eran lo más, siendo el objeto de sus experimentos del tipo"¿metes la mano en ese agujero a ver qué pasa?". Y si tu primo mayor lo decía, no había peligro alguno porque tu primo tenía casi 13 años y estaba a punto de pasar al instituto. 
Luego creces y en vez de amargarle la vida a la vecina escondiéndole la fregona, decides que ya eres mayor para beberte tu primera copa de whisky marca "nisu" o fumarte tu primer cigarro en el que casi expulsas un pulmón del ataque de tos que te da. Eso si, antes de volver a casa tu primo mayor te dice que te comas un caramelo de menta que así tus padres no lo notan. Puede que no se percaten por el aliento, pero si entras chocando con cada pared que te encuentras y jurando que las nauseas son culpa de la pizza que has cenado... me temo que a tus padres poco le importará el aliento a clorofila que desprende tu boca.
Antes de despedirme esta semana tengo que dar las gracias a mi familia por haberme refrescado la memoria con anécdotas y recuerdos de la niñez, que han hecho posible esta entrada.
A ellos y a vosotros, ¡gracias por leerme!

domingo, 7 de abril de 2013

Vamos a arreglar el mundo

Yo pensaba que lo del síndrome postvacacional era algo que se habían inventado los telediarios para rellenar hueco en ciertos momentos del año, como cuando hablan del calor en verano, el frío en invierno o las colas de las rebajas. Yo pensaba eso hasta que empecé a trabajar.
Por que hay que ver lo rápido que me acostumbro a la rutina de las vacaciones, incluso me adapté a dormir  en mi pueblo con el colchón sobre el suelo, en modo futón, ya que era la única manera de poder pegar ojo en una cama que, así a ojo, debió ver nacer a mis abuelos.  

Y cuando te has querido dar cuenta ya pasó la semana ¿por qué pasa el tiempo tan rápido cuando estamos de vacaciones? y vuelves a la maravillosa rutina: los atascos, el transporte público, el tupper, los correos de tu jefe que decidió no desconectar... 
En ese momento, cuando te preguntas cómo pasaste de ser un estudiante cuya única preocupación era saber dónde sería la próxima "calimotxada" a ser un trabajador que no puede ni quejarse porque "está la cosa muy mal y demasiado que tienes trabajo", llegas a la conclusión que la culpa la tiene la sociedad y la clase política de este país. Porque si hay algo en lo que los españoles estamos de acuerdo, es en que nosotros jamás tenemos la culpa de nada. 
Entonces comenzamos a hacer algo también muy español: arreglar el mundo, y sobre todo hacer esto en un bar/sobremesa de un almuerzo familiar. Espero no ser la única persona que piensa que si sus señorías se reunieran en un bar, en vez de en el Congreso, Angela Merkel tendría envidia de nuestro sistema económico. Qué narices, ¡seríamos la envidia de Europa!.
Y no lo digo en broma, quiero comenzar una recogida de firmas para transformar los escaños del Hemiciclo en barras de bar, con sus grifos de cerveza y camareros sirviendo cacahuetes y aceitunas a demanda. 
¿Me he vuelto loca? Ojalá... Pero en mis últimas vacaciones he solucionado la crisis unas cinco veces, por supuesto sin tener ni idea de economía, y si la educación de nuestros niños dependiera de los que me acompañaban en tan ardua tarea de opinar sin saber, ríete tú de los resultados en Finlandia. 
¡Pues eso digo yo, Ana Rosa! Mirad, aquí tengo una firma segura a mi propuesta del Congreso de los  diputados. Parece mentira que nadie se haya percatado aún de la capacidad resolutiva que adquirimos cuando nos tomamos un par de cañas con su correspondiente tapa, seguro que nuestros políticos aumentan su ingenio y productividad de una manera asombrosa. Y si no que se pasen por cualquier bar de España, que cualquier buen hombre le da un par de consejos.

Desgraciadamente escribo esta entrada desde mi casa, así que espero que sepáis entender que mi creatividad ande por los suelos y esta semana os abandone un poco antes. Y para los que no lo entiendan, y dado que hoy he hablado de sus señorías, les diré: 
Os quiero, ¡gracias por leerme!

lunes, 1 de abril de 2013

¡Es que no te puedo soportar!

¿Qué tal habéis pasado la Semana Santa, os habéis ido de viaje? Yo acabo de volver de pasar unos días por los pueblos de mi familia, me gusta ir cada año y recordar cuáles son mis raíces.
 
Lo de los pueblos es algo genial: te reencuentras con tu familia, revives momentos de tu infancia y adolescencia y te das cuenta que por 20 € puedes comer y beber como si no hubiera mañana. Pero también te toca sufrir al señor panadero avisando de su presencia (tocando insistentemente el claxon a su paso) a eso de las 9 de la mañana, a señoras de edad indefinida insistiendo que seguro que te tienes que acordar de ellas porque cuando llevabas chupete cenaste una vez en su casa o percatarte que aquel chico (o chica) que te gustaba en su época ahora es un señor que aparenta ser mayor que tu padre (o una madre de familia que perdió su cintura cuando aún pagábamos en pesetas) con la merecida burla de tu novio (o novia) al que has llevado en un ataque de valor a conocer a tu extensa familia.

Tras varios días de "regreso al pasado" toca el viaje de vuelta a la rutina, a tu cama y a la comida de tu casa, cómo la echaba de menos... Afortunadamente yo volví de madrugada, por lo de "afortunadamente" se nota que iba de copiloto ¿verdad?. La experiencia era nueva pero la recomiendo: apenas hay coches en la carretera, al llegar a la ciudad sólo hay tranquilidad y te evitas a la temida operación retorno.
Es que lo de los atascos es algo maravilloso, mientras las tensiones van creciendo en tu propio vehículo con frases tipo "es que deberíamos haber salido ayer", "esto es culpa es tuya por tardar tanto en desayunar y vestirte" o "como volvamos a parar en otra gasolinera no llegamos hasta mañana, así que aguanta hasta que lleguemos y me da igual que queden 300 km", puedes ver que en los coches de tu alrededor la situación no dista mucho de la tuya. 

Hasta ese momento yo pensaba que la única manera de distinguir a un imbécil era viéndole conducir con lluvia u observando su comportamiento en un cajero automático, pero pronto descubrí que este tipo de espécimen saca lo mejor de si mismo en una congestión de tráfico. La siguiente historia me abrió los ojos:
UN APLAUSO - por los que creen que, tocando la bocina, el atasco va a desaparecer
Y hablando de imbéciles, ¿alguna vez habéis experimentado esa sensación de que te caiga mal alguien y que haga lo que haga, diga o que diga te parecerá más estúpido si cabe? Todos deberíamos tener un imbécil en nuestra vida, sino estamos en la obligación de buscarlo y  odiarlo, ¿os imagináis perder esa satisfacción de encontrarte con alguien a quién le caiga mal la misma persona que a ti? El placer de criticar, y sobre todo si es en grupo en el que comentario de uno se realimenta con el del otro, no tiene precio.

¿Cómo descubrir que conoces un imbécil? Es muy simple: si con cada gesto, palabra o simplemente con su mera presencia notas unas ganas irracionales de gritar (o golpear) a esa persona o mandarla al lugar de donde nunca debió salir, ahí tienes a tu imbécil. Es ese momento en el que tu amigo hace algo y te ríes pero que como lo haga el imbécil... que te pille de buen humor ese día o la mirada de odio que le vas a lanzar va a ser inmensa.
Si el imbécil nota tu hostilidad probablemente intentará evitarte, pero como des con un imbécil de verdad al que después de todo le caes bien, prepárate. Lo peor de todo es que al final hará que te sientas mal contigo mismo por odiarle, si tampoco te ha hecho nada...  Si sólo te ha dado los buenos días, pero es que es su voz, su ropa, ¡su todo! Que te pregunta por tu catarro pues piensas "¿será cotilla, a este qué narices le importa cómo estoy?", que te intenta ayudar "este se piensa que soy idiota".

Pero yo se que en el fondo sois buenas personas y que alguien sea el foco de vuestras iras es muy sano, un ejercicio de autocontrol que ríete tú de la pelotita esa antiestrés.  Y como sé que tenéis buen corazón, os espero la próxima semana, porque se que volveréis.
¡Gracias por leerme!