martes, 9 de diciembre de 2014

Londres

Bienvenidos una semana mas a En el drama de mi vida. ¿Qué tal estos últimos días? Yo lo estoy pasando francamente mal con mi ortodoncia y eso que ya he superado la mitad del tratamiento, debe ser que como la semana anterior tuve un catarro que me dejó al borde de la muerte...
Mis defensas (y en especial las bucales debido a la afonía que sufrí entre otros muchos males) se han visto afectadas y mis dientes están llamando mi atención cual niño con un nuevo hermanito como diciendo "¡hazme caso!"
Soy muy fan de este gato.

En la entrada anterior comenté brevemente que había estado unos días de viaje y, como no podría ser de otra forma, viví numerosas situaciones propias del drama de mi vida ¿queréis conocerlas?
Si habéis dicho que si continuad leyendo, en caso contrario os recomiendo que os relajéis cocinando alguna de las recetas que cuelgo para facilitaros la vida. Buen provecho

Como os iba comentando hace unas semanas visité durante una semana y por primera vez en mi vida la ciudad de Londres, digo lo de por primera vez porque más de uno puso cara de sorpresa cuando supo que nunca había estado. Qué pasa, ¿que todos moláis y vuestros padres de pequeños os llevaban a recorrer el mundo? Pues yo con los míos al lugar mas exótico que he ido ha sido a Torremolinos.
Para el caso también está lleno de gente que cena a las siete de la tarde pero con la diferencia de que allí salía el sol.

Me indigno con tanto postureo, como cuando una vez le contaba a un amigo todo lo que había planificado para ver durante el viaje (el Big Ben, la Torre de Londres, el museo Británico, etc.) y me contestó con toda la tranquilidad del mundo que él había ido muchas veces pero siembre había pasado de ver esas cosas.
Comprendo.

Volviendo al viaje, os confieso que no hay cosa que menos soporte que un aeropuerto: odio tiener que demostrar a cada momento que no tienes intención de reventar el avión utilizando la mascarilla para el pelo,
Odio tener que pasar el mismo tiempo esperando que volando y ante todo odio el momento del aterrizaje y el despegue dentro de una tartana low-cost. Lo malo es que cuando viajas con una persona con miedo a volar tienes que hacerte la valiente mientras visualizas toda tu infancia en diapositivas y te contienes de llamar a tu padre para decirle que le quieres.
Al llegar al aeropuerto lo primero que hice fue retrasar el reloj una hora, a ver si se me va a olvidar y la liamos, y enseñar de nuevo el DNI por si antes de subir al avión no me lo habían pedido las suficientes veces. Tenía miedo que vieran que venía de España y no me dejaran entrar por miedo al ébola (por aquel entonces aún teníamos a una enferma ingresada en un hospital a muy poca distancia del pisito) pero nadie me tomó la temperatura tal y como se veía en el telediario.
Descubrí al momento que el inglés que llevaba estudiando desde mi niñez no tenía absolutamente nada que ver con el que habla la gente normal: la pronunciación, la velocidad e incluso las expresiones me hacían sentir como si me hablaran en chino mandarín.

Tras una hora y media llego a mi apartamento, realmente es de mi empresa donde son muy majos y si está libre se lo dejan a los empleados para que se hospeden allí y no se gasten una pasta en un hotel, aunque durante los siguientes días me referí a él como "mi casa". Cuanto antes me adapte mejor. A lo que jamás me adapté fue a que el volante de los coches estuviera a la derecha, imaginad los sustos que me llevaba cada vez que veía pasar un coche ¡sin conductor! Qué cateta me sentí.
No voy a contaros cada cosa que vi porque eso no tiene misterio alguno, solo deciros que lo que mas me gustó fue la visita al Parlamento. Yo soy así. Por otro lado había escuchando que la gastronomía no es el punto fuerte de Inglaterra, así que no tenía grandes expectativas, confieso que no me desagradó (debe ser porque en mi familia somos muchos hermanos y me acostumbré a comerme lo que había en el plato) aunque si que eché en falta algo mas de sabor en sus platos.

¿El tiempo?
Vi el sol, que ya es mas que suficiente, y además de los seis días que pasé allí solo vi llover los dos primeros. Aún así pasé algo de frío, tenía que haber echado un par de guantes, aunque creo que en parte ayudó que me pasara casi todo el tiempo dando vueltas por la ciudad. En la casa la temperatura era agradable.

Echando la vista atrás solo recuerdo un momento estresante, sin contar cuando me tocó pedir comida en un Subway donde me faltó sentarme en el suelo y echarme a llorar porque yo iba para comprar dos bocadillos pero aquel señor me estaba haciendo un interrogatorio digno de la CIA. Como os iba contando, mi momento estresante del viaje fue cuando me pilló de pleno el cambio al horario de invierno en una ciudad con un huso horario distinto al mío, pinta bien ¿verdad?
El problema es que por alguna razón pensé que mi teléfono móvil no iba a actualizarse automáticamente ya que mi conexión a Internet no era buena, así que por si acaso la noche antes, antes de caer rendida en la cama, cambié manualmente mi reloj de pulsera. A la mañana siguiente no recordaba muy bien si esto último había ocurrido o lo había soñado, pero tampoco sabía si mi la hora de mi teléfono era la buena o no, así que salí a la calle con la angustia de no saber si eran las 9, las 10 o a las 11 de la mañana.
¡Lo que hubiera dado por tener el Big Ben delante!

Finalmente pude conectarme a la red y tras entrar en www.hora.es comprobé que tenía un lío de relojes del carajo. Moraleja: no volver a salir de casa cuando cambie la hora, sobre todo si el viaje lleva implícito un cambio horario.

¡Gracias por leerme!