Bienvenidos una semana más a En el drama de mi vida, me alegra veros de vuelta aunque a veces reconozco no piense así... No os enfadéis, no es lo que parece.
Antes de todo vuelvo a disculparme, aunque no tengo perdón de Dios, por no publicar el domingo tal y como debería, pero la muerte de Adolfo Suárez me introdujo en una espiral de especiales televisivos que me adujeron hasta la extenuación y a cenar a las 11 de la noche. Por cierto, quiero creer que esta noticia es falsa.
No me voy por las ramas, otra cosa que me encanta, y comienzo a contaros sin más demora. Después de tantas entradas mi vida no es tan interesante como podéis imaginar leyendo todo lo que me ocurre, así que muchas veces me siento frente al papel en blanco porque si, soy de esos bichos raros que aún escribe a mano...
No me voy por las ramas, otra cosa que me encanta, y comienzo a contaros sin más demora. Después de tantas entradas mi vida no es tan interesante como podéis imaginar leyendo todo lo que me ocurre, así que muchas veces me siento frente al papel en blanco porque si, soy de esos bichos raros que aún escribe a mano...
Y soy incapaz de escribir más allá del saludo y porque siempre comienzo de la misma manera.
Esta semana me estaba pasando algo similar, se me ocurrían temas pero no lograba sacar de ellos algo que mereciera la pena ser publicado por breve, insulso o ambas cosas a la vez. Pero el destino no iba a permitir eso ¿verdad? debe ser que él también me lee y rápidamente puso solución a mi falta de ideas.
El año pasado (no me estoy volviendo a enrollar, os prometo que tiene sentido con la historia de hoy) por alguna locura transitoria que aún no termino de comprender, dejé por gastar dos días de vacaciones porque no sé, a lo mejor el síndrome de Estocolmo me invadió y no fui capaz de perder por unos días a esos jefes y correos electrónicos metiendo prisa y cambiando la prioridad de las tareas de manera aleatoria.
A lo que iba, hará cosa de un mes recibí (cosa rara) una grata noticia del departamento de recursos humanos ya que tenía la obligación de tomar esos dos días antes del 31 de Marzo. Y yo con mis obligaciones soy la más formal.
Llevaba días preparando qué iba a hacer durante mis breves vacaciones, soy de ese tipo de persona que "se le cae la casa encima" aunque tenía que asumir que, el jueves y viernes de la pasada semana lo más normal es que salvo los parados y los que teletrabajan, todos los demás acudirían a su puesto de trabajo como cualquier otro día. Bueno daba igual: saldría a correr con el parque vacío, me iría de compras porque no tengo nada que ponerme, acabaría convenciendo a algún amigo estudiante para quedar a comer...
El jueves por la mañana me desperté poco antes de las nueve de la mañana (¡¡maldito reloj interno!!) y encendí mi teléfono móvil para ponerme al día con las noticias y redes sociales. Lo primero que noté, aún entre bostezos y legañas, es que el wifi de mi casa no funcionaba correctamente. Debí prever que eso que eso era un mero aviso de lo que me esperaba así que cabreada me dirigí al servicio para que el agua me despertara y así poder pelearme con el router tranquilamente.
Cuál fue mi sorpresa cuando al abrir el grifo únicamente cayeron de él tres gotas mal contadas ¡lo que me faltaba! Lo primero que hice fue caer en pánico: "¡¡Nos han cortado el agua!!" para pasar a la fase de lamento: "¿Por qué todo lo malo me pasa a mí?" y terminar publicándolo en Facebook para recibir la compasión de mis contactos. Tras salir del shock inicial y ponerme mis mejores galas para preguntar al conserje que qué manera era esa de joderme estropearme las vacaciones
Volví a mi diminuta morada sabiendo que una avería había dejado a mi barrio sin agua corriente y que se arreglaría en un intervalo de cuatro a ocho horas... Vamos que eso y nada era lo mismo, pero el señor conserje no tenía la culpa así que puse mi mejor sonrisa falsa a la vez que le agradecía la información-que-no-me-sirvió-de-nada que me había proporcionado, eso si, con mucha amabilidad.
Volví al estado de lamento en cuanto me di cuenta que no podía hacerme ni un miserable café mientras no saliera nada potable por el grifo, y ya ni os digo lo que tuve que racionar mis visitas al baño ¿Os podéis creer lo que dependemos del agua corriente? En ese momento pasé al modo reflexivo acerca de la suerte que tenemos en el primer mundo por tener agua corriente. Menos mal que desde aquella semana que pasé con el baño estropeado en mi pisito jamás falta un paquete de toallitas jabonosas, pero con eso no iría muy lejos y menos si esa mañana había decidido que saldría a correr.
Una hora después me estaba desplazando a casa de mi padre con mi kit de ducha: toalla, jabón, champú, cosas varias para mi cuidado capilar, las deportivas para correr...
Con el peso que llevaba si por algún casual hubiera caído al suelo, mi situación hubiera sido similar a si le das la vuelta a una tortuga...
Cuando horas después regresé a mi casa, lo primero que hice fue abrir todos los grifos para asegurarme que mi casa había dejado de ser una chabola y que los técnicos
correspondientes se habían ganado el sueldo. ¡Qué felicidad! Así al día siguiente pude quemar la tarjeta feliz y despreocupada, como Dios manda.
Lo peor de unas vacaciones es el día de vuelta, sobre todo si ese día es lunes porque se te junta el síndrome postvacacional con lo miserable que me siento a comienzos de
semana. ¿Queda mucho aún para Semana Santa? Voy a averiguarlo, mientras tanto os dejo una imagen que vi hace unos días y me hizo mucha gracia.
¡Gracias por leerme!
El año pasado (no me estoy volviendo a enrollar, os prometo que tiene sentido con la historia de hoy) por alguna locura transitoria que aún no termino de comprender, dejé por gastar dos días de vacaciones porque no sé, a lo mejor el síndrome de Estocolmo me invadió y no fui capaz de perder por unos días a esos jefes y correos electrónicos metiendo prisa y cambiando la prioridad de las tareas de manera aleatoria.
A lo que iba, hará cosa de un mes recibí (cosa rara) una grata noticia del departamento de recursos humanos ya que tenía la obligación de tomar esos dos días antes del 31 de Marzo. Y yo con mis obligaciones soy la más formal.
Llevaba días preparando qué iba a hacer durante mis breves vacaciones, soy de ese tipo de persona que "se le cae la casa encima" aunque tenía que asumir que, el jueves y viernes de la pasada semana lo más normal es que salvo los parados y los que teletrabajan, todos los demás acudirían a su puesto de trabajo como cualquier otro día. Bueno daba igual: saldría a correr con el parque vacío, me iría de compras porque no tengo nada que ponerme, acabaría convenciendo a algún amigo estudiante para quedar a comer...
El jueves por la mañana me desperté poco antes de las nueve de la mañana (¡¡maldito reloj interno!!) y encendí mi teléfono móvil para ponerme al día con las noticias y redes sociales. Lo primero que noté, aún entre bostezos y legañas, es que el wifi de mi casa no funcionaba correctamente. Debí prever que eso que eso era un mero aviso de lo que me esperaba así que cabreada me dirigí al servicio para que el agua me despertara y así poder pelearme con el router tranquilamente.
Cuál fue mi sorpresa cuando al abrir el grifo únicamente cayeron de él tres gotas mal contadas ¡lo que me faltaba! Lo primero que hice fue caer en pánico: "¡¡Nos han cortado el agua!!" para pasar a la fase de lamento: "¿Por qué todo lo malo me pasa a mí?" y terminar publicándolo en Facebook para recibir la compasión de mis contactos. Tras salir del shock inicial y ponerme mis mejores galas para preguntar al conserje que qué manera era esa de joderme estropearme las vacaciones
Volví a mi diminuta morada sabiendo que una avería había dejado a mi barrio sin agua corriente y que se arreglaría en un intervalo de cuatro a ocho horas... Vamos que eso y nada era lo mismo, pero el señor conserje no tenía la culpa así que puse mi mejor sonrisa falsa a la vez que le agradecía la información-que-no-me-sirvió-de-nada que me había proporcionado, eso si, con mucha amabilidad.
Volví al estado de lamento en cuanto me di cuenta que no podía hacerme ni un miserable café mientras no saliera nada potable por el grifo, y ya ni os digo lo que tuve que racionar mis visitas al baño ¿Os podéis creer lo que dependemos del agua corriente? En ese momento pasé al modo reflexivo acerca de la suerte que tenemos en el primer mundo por tener agua corriente. Menos mal que desde aquella semana que pasé con el baño estropeado en mi pisito jamás falta un paquete de toallitas jabonosas, pero con eso no iría muy lejos y menos si esa mañana había decidido que saldría a correr.
Una hora después me estaba desplazando a casa de mi padre con mi kit de ducha: toalla, jabón, champú, cosas varias para mi cuidado capilar, las deportivas para correr...
Con el peso que llevaba si por algún casual hubiera caído al suelo, mi situación hubiera sido similar a si le das la vuelta a una tortuga...
Cuando horas después regresé a mi casa, lo primero que hice fue abrir todos los grifos para asegurarme que mi casa había dejado de ser una chabola y que los técnicos
correspondientes se habían ganado el sueldo. ¡Qué felicidad! Así al día siguiente pude quemar la tarjeta feliz y despreocupada, como Dios manda.
semana. ¿Queda mucho aún para Semana Santa? Voy a averiguarlo, mientras tanto os dejo una imagen que vi hace unos días y me hizo mucha gracia.
¡Gracias por leerme!
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