lunes, 17 de marzo de 2014

¡Mucha mierda!

Bienvenidos una semana mas a En el drama de mi vida. Os veo repetir en cada entrada la misma cara con la que abrís un regalo, un regalo de vuestros suegros que sabéis de antemano que no os va a gustar... Pero volvéis a intentarlo por si algún año aciertan. Yo también me alegro de veros.
Desde la última publicación mi día a día se ha resumido en dar gracias a la vida por seguir aquí después de que hace unas semanas casi veo la famosa luz al final del túnel, en salir a la calle en cuanto veía un rayito de sol a ver si se me quita este blanco enfermizo, que este año no podremos hablar de sequía precisamente, y en intentar no caer en una depresión. ¿Por qué? Porque mi amado y jubilado padre se ha comprado un smartphone y, al ser la hermana pequeña e informática, tenía todas las papeletas para explicarle por qué ahora su teléfono no tiene botones.
Y así fue. 

Pensaba hablaros de ello hoy, pero pido disculpas con antelación porque el tema de esta semana sobrepasa lo escatológico así que si sois de estómago sensible estáis a tiempo de huir, luego no quiero quejas. Al tema de hoy cada uno lo llama de diferente forma, pero es algo por lo que todos y cada uno de nosotros tenemos que pasar varias veces a lo largo de la semana (o del día) aunque curiosamente se le trate con un excesivo misterio que por alguna razón yo no alcanzo a entender

No hay nada más cierto que como en casa de uno en ningún sitio, pero cuando prácticamente vives en la universidad o en la oficina y sólo vuelves para dormir... Es pura estadística que tu "momento zen" te pille donde más tiempo pasas, por mucho que te digan en la tele que el bífidus te regula el tránsito. Si ya sabéis de que os hablo y os preguntáis por qué me ha dado por esto os diré que tengo dos razones: primero porque es algo que tenía en la cabeza desde hacía tiempo pero os confieso que me daba algo de vergüenza ya que soy una señorita y como tal no hablo de cosas no aceptadas socialmente, pero por otro lado hace unos días escuché en el programa de Carlos Herrera
Que si no es vuestro líder espiritual junto con Matías Prats no se a qué estáis esperando...

A lo que iba, en su programa se comentó que habían publicado un libro titulado "Cómo hacer caca en el trabajo" y pensé que era la señal de que había llegado el momento de afrontar este tema. A continuación os dejo el podcast del programa, dura casi una hora pero si tenéis tiempo os lo recomiendo porque os vais a reír. 

En la universidad recuerdo que me importaba poco, al fin y al cabo éramos muchos y siempre te podías subir a alguna planta que estuviera más tranquila para llegar a la concentración que una tarea así requiere.
Lo malo fue al empezar a trabajar ya que en las oficinas, por lo general, hay un baño por planta compuesto por tres o cuatro habitáculos cuya puerta no suele llegar hasta el suelo cosa que no comprendí hasta que, hace poco, un amigo me contó su hazaña saliendo por ese hueco cuando se atascó el pestillo de su baño. Hubiera matado por verlo. 
Me bastaron un par de semanas para hacerme con la hora punta de los servicios, por ejemplo, entre las 15 y las 16 horas es imposible encontrar un momento de paz entre la gente cuya hora es tras el almuerzo y los que van a cepillarse los dientes. Hablando de ello, es casualidad o siempre que intento enviar algún telegrama muy urgente y entra alguien a lavarse los dientes ¿Se hace algún tipo de limpieza? Estás en el trabajo ¡demonios! con un minuto de cepillado, hilo dental y si acaso algo de enjuague yo creo que va más que de sobra ¿no? Pero vamos, que si quieres sacarte brillo vete al dentista o espera a estar tranquilamente en tu casa donde no habrá nadie sudando la gota gorda esperando a que te vayas.
Desconozco si a los hombres les ocurrirá lo mismo, pero en el baño de mujeres también es muy típico que algunas decidan que es el mejor lugar para contarse qué tal les fue el fin de semana mientras se maquillan como la que va a la boda de su único hijo.
Mientras escuchas desde el habitáculo nombrado anteriormente lo interesante que puede llegar a ser pasar una tarde de domingo en Primark, ya no imaginas la muerte lenta y dolorosa de cada una de ellas... Tu maldad hace que fantasees con verlas en la misma situación que tú, con una gastroenteritis y cuya única compañía sera una lija del 7. Y que comience el juego.
Pero ¿qué hacer cuando en plena faena entra alguien que ha decidido pasar allí su tarde? Tras un rato decides que es momento de salir de allí o morirás ahogado por tu propio olor o simplemente de viejo. Tengo comprobado que lo mejor es intentar no disimular lo evidente, él/ella lo sabe, tú lo sabes ¿por qué hacer como si nada?
Así que abres la puerta y sales con la mayor dignidad posible
Como este muchacho no, un poco más. Mientras rezas como jamás en tu vida por que quién está fuera no sea tu jefe ni el compañero que se sienta a tu lado porque, sobre todo si eres una mujer, te morirás de la vergüenza el resto del día.

Pero ¿qué ocurre cuando en vez de en el trabajo estás en casa de alguien que no es de tu extrema confianza? Cuando ya no puedes evitarlo y preguntas con algo de vergüenza dónde está el servicio, deseas con toda tu alma que este se encuentre en la otra punta de la casa para poder perderte. Pero no todo es tan sencillo como parece porque: ¿qué haces si está justo en el salón? ¿y si la puerta es tan fina como el papel higiénico que precisamente no abunda en ese cuarto de baño? ¿y si no tiene ventanas? ¿y si justo a continuación de ti decide entrar alguien más? En ese caso lo mejor es huir y desearte mucha suerte o, como dicen en el teatro, mucha mierda aunque no sea precisamente lo que necesitas.
Como lo hago yo ahora, pero sólo hasta la próxima semana. ¡Gracias por leerme!

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