He vuelto tal y como prometí, ya el último día os dejé con la historia de mi mudanza a medias y debéis estar casi sin pegar ojo preguntándoos cómo acabaría todo. Si tengo que resumir esta experiencia os diré que como punto positivo no he vuelto a romper ningún coche, con los dos de la semana hubo más que suficiente. ¿Lo malo? Que esto no ha hecho más que empezar.
Una mudanza se asemeja a cuando te sientas en el sofá con una bolsa de patatas fritas/bote de helado/bolsa de chuches…
¿Te sitúas verdad? Podrías haberte tumbado sin necesidad de ingerir nada, pero por alguna razón la gula te posee y empiezas a comer con la promesa de parar cuando tu estómago deje de manifestarse. Un rato después decides que “la última y paras” pero sabes que no lo harás, ya no tienes hambre pero sigues comiendo hasta que un dolor agudo recorre cada parte de tu alma. Lo has vuelto a hacer, has comido sin control y ahora te duele el estómago.
Pues bien, tu eres feliz en tu piso pero te apetece cambiarte a otro más bonito, más nuevo y con un trastero más grande porque tienes todas tus cosas apretujadas donde vives ahora. No había necesidad alguna pero como se te meta algo en la cabeza no paras hasta conseguirlo, ya lo decía mi padre “qué cabezona eres, hija”. Hasta aquí todo correcto, el problema es cuando vas a tiendas tipo Ikea, Media Markt, Conforama, …
Con una lista que contiene exactamente las cosas que necesitas en tu nuevo hogar y empiezas a comprar como cuando comes helado viendo una película de esas de sobremesa ¿de dónde carajo las sacan?
Y a mitad de camino observas que, a pesar de que tu carro está cargado, has tachado un par de cosas de la lista de cosas necesarias. Te dices para ti que a partir de ese momento sólo vas a echar al carro aquello que aparece en la lista pero ¿quién no necesita un cuadro monísimo que seguro que encuentras pared para colocarlo? Hasta que llegas a la caja y la punzada te llega a la cartera. Bueno, al menos he comprado la mitad de lo que tenía apuntado…
Y a mitad de camino observas que, a pesar de que tu carro está cargado, has tachado un par de cosas de la lista de cosas necesarias. Te dices para ti que a partir de ese momento sólo vas a echar al carro aquello que aparece en la lista pero ¿quién no necesita un cuadro monísimo que seguro que encuentras pared para colocarlo? Hasta que llegas a la caja y la punzada te llega a la cartera. Bueno, al menos he comprado la mitad de lo que tenía apuntado…
Decidme que no soy la única inconsciente…
En tu primera vez en cualquiera de estas grandes superficies sientes que eres un auténtico novato en este tema, es como volver al primer día de universidad salvo porque no tienes que pasar el siguiente verano estudiando.
Al principio entras con ganas e ilusión, pero a medida que pasan los minutos empiezas a mirar a todas partes con cara de asustado, agarrando tu lista con fuerza (no vaya a ser que algún veterano te la quite junto con el dinero del almuerzo) y ves que todo el mundo lleva un carro ¿de dónde lo han cogido? Como no quieres parecer diferente a los demás recorres los diferentes pasillos buscando el tuyo, hasta que observas que éstos estaban al lado de donde dejaste el coche. Eso si has conseguido recordar dónde aparcaste tras varias horas dando vueltas por esa locura.
Al principio entras con ganas e ilusión, pero a medida que pasan los minutos empiezas a mirar a todas partes con cara de asustado, agarrando tu lista con fuerza (no vaya a ser que algún veterano te la quite junto con el dinero del almuerzo) y ves que todo el mundo lleva un carro ¿de dónde lo han cogido? Como no quieres parecer diferente a los demás recorres los diferentes pasillos buscando el tuyo, hasta que observas que éstos estaban al lado de donde dejaste el coche. Eso si has conseguido recordar dónde aparcaste tras varias horas dando vueltas por esa locura.
Si hay algo que he aprendido en este tipo de tiendas no ha sido a limitarme a comprar lo que había apuntado, hay que reconocer las limitaciones de cada uno y una de las mías es el ansia que me posee al entrar en cualquier tienda. No, en mis últimas visitas experimenté algo que no sé si me ocurrió únicamente a mí pero, a medida que avanzaba por esos pasillos infernales llenos de parejas discutiendo, niños gritando y carros aparcados sin ningún tipo de sentido pude reconocer muebles, vajillas y demás objetos de decoración que había visto previamente en casas de familiares y amigos. ¿No es inquietante?
Nos creemos distintos unos de otros, pero esa persona que tanto odias come con los mismos cubiertos que tú y se limpia cada centímetro de su asqueroso cuerpo con una toalla similar a la que tienes en tu baño. De hecho a mis amigos les he dicho que es necesario que acudan a mi piso para visitarlo, que como es pequeño habría que hacer turnos de visita y es un lío, así que sólo basta con buscar un conjunto de muebles determinado y ya pueden sentirse como en mi casa. ¿No lo veis más práctico?
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