lunes, 25 de febrero de 2013

Mi experiencia en la nieve

Un buen día mientras hablaba con unos amigos comenté que no sabía esquiar, días más tarde me sugirieron que aprendiera para poder viajar el próximo año una semana a Andorra y, sin haberme metido con nadie, aparecí un domingo en el Decathlon (me negaba a ir al Lidl...) dispuesta a comprarme toda la ropa necesaria para instruirme en este deporte. 

Tuve tiempo de pensármelo un millón de veces, debido a mis problemas digestivos me vi en la obligación de aplazarlo casi un mes, pero finalmente este viernes aparecí en una estación de esquí equipada hasta las cejas y sin saber dónde me estaba metiendo.
Antes de ir, decidí contratar los servicios de un instructor durante un par de horas en los que yo esperaba terminar tal que así.
Qué ilusa... lo que nadie me contó es que hasta llegar al profesor había que recoger los esquíes, los cuales tienes que cargar mientras vas calzada con unas botas que te inmovilizan el tobillo (muy cómodo todo...) y subirte al telesilla del cual tienes que bajarte no se sabe muy bien cuando ni cómo porque eso no deja de moverse. Al menos tuve más fortuna que nuestro siguiente amigo, por lo menos yo conservé la dignidad unos instantes más que él.
Así que te bajas del telesilla corriendo para no ser arrollada, consigues llegar a la caseta del profesor sin matarte por el camino y, sin querer parecer una paleta del esquí (que lo eres, aunque intentes disimularlo) le dices muy bajito que no has esquiado en tu vida y que te gustaría que en algo menos de 2 horas, porque has tardado una eternidad en llegar y has empezado la clase con retraso, quieres que te enseñe a manejarte en ese deporte de nieve y dolor.

La verdadera pesadilla comienza cuando te enseña a hacer la maldita cuña (es una manera de frenar que consiste en colocar los esquíes en forma de uve, juntando la parte delantera y separando la trasera)
Y pretende que tu lo repitas mientras te deslizas a través de una pendiente. En ese momento, en el que ves pasar tu vida en diapositivas,  no hay posición de cuña que valga así que el pánico te incita a tirarte al suelo y frenar en la posición que yo denominé como "la bola" o "que sea lo que Dios quiera".
(Si os falla la imagen, podéis verla aquí)
No entiendo porque mi profesor se empeñaba en gritarme cuando frenaba de esta forma, a mi me pareció más segura que la cuña de las narices, y de esta manera no corría el peligro de llevarme a nadie por delante. Tuve que tirar de autocontrol para no gritarle que se metiera su posición por donde más le gustara... 
Si es que en el fondo soy un cielo... 

A lo largo del día perdí la cuenta de las veces que me caí al suelo, a frenar no se... pero a caerme con dignidad si que aprendí con el paso de las horas.
Cuando llegas a casa y observas con horror tu cuerpo lleno de moratones y rozaduras no entiendes por qué estás deseando volver a esquiar, no se si será  masoquismo o que tanto golpe me ha terminado afectando, aunque las verdaderas consecuencias las sufres los días siguientes cuando las agujetas recorren cada parte de tu cuerpo y te percatas que el sol te ha quemado hasta las orejas.

Si no habéis esquiado nunca, espero que os animéis a intentarlo sin perder de vista estas indicaciones que os acabo de dar. Y como cada semana ¡gracias por leerme!

2 comentarios:

  1. Pobrecita!!!!!!si es que los deportes no es lo nuestro

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  2. Jajajajaj me parto con el niño que va esquiando y se le cae la cabeza!!! ayyy amiga al final tú también has caído en los efectos adictivos del esquí! igual me lo pienso y me animo un día... ya veremos :p mua!

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