lunes, 28 de abril de 2014

Raíces

Bienvenidos una semana más a En el drama de mi vida, ¿qué tal habéis pasado estos días de descanso? Como os dije en mi anterior entrada yo he salido de la rutina y de mi ciudad para echaros de menos y volver a la infancia, y de eso os quería hablar esta semana.
Mi familia se mudó a 500 km de distancia dos años antes de que yo llegara a este mundo cual mesías salvador, así que mi relación con tíos, primos y abuelos ha sido bastante escasa (siempre me ha gustado hacerme de rogar) sobre todo a medida que el tiempo ha ido llevándose a estos últimos a un mundo mejor.
Es lo que tiene ser el fallo, que todo te pilla tarde.

Así que al menos una vez al año me gusta pasarme para recordar viejos tiempos. No voy a negar que cuando planifico el viaje y pienso que tengo 10 horas de coche entre ida y vuelta, que dormir en una casa que no es la mía, que organizar toda la ropa que podré necesitar en una semana de entretiempo (ya sabes, desde un abrigo hasta las sandalias sin olvidarte el paraguas) en una maleta...
No voy a negar que la pereza invade mi ser y pienso: "¿Y si les digo que no puedo ir?" Pero al final voy y nunca me he arrepentido.

Cuando te reencuentras con la familia, amigos o personas que no sabrías dónde clasificarlas pero que las conoces desde que llevabas pañales y sonríen de forma sincera al verte, en ese momento comprendes que el viaje ha merecido la pena. Cuando hablas con todos ellos como si les hubieras visto la semana pasada aunque en muchas ocasiones ha pasado un año como mínimo, cuando se alegran de que trabajes aunque en su interior te sigan viendo como cuando tenías dientes de leche, en ese momento te olvidas de tus jefes que no se paran a pensar que eres un ser humano y no un autómata al servicio de sus caprichos
De los madrugones con sus correspondientes atascos y de las facturas de la luz que cada vez son más caras aunque apenas pares por casa para darte cuenta que por esos momentos la vida merece la pena.

Para todos aquellos que vivimos lejos de nuestro pueblo (o del pueblo de tus padres como es en mi caso) en ocasiones caemos en el error de pensar que nuestra vida actual es moderna y práctica mientras que el pueblo es algo viejo lleno de tradiciones antiguas del que en ocasiones renegamos.
Pero yo os voy a confesar una cosa: a mi me encanta volver al pueblo de mis padres al menos una vez al año. En mi caso son dos pueblos de Sevilla y no me gusta perderme por nada del mundo la semana santa, aunque me tenga que tomar cara mañana un omeoprazol porque en vez de cinco comidas hago una cada tres horas como los bebés, o aunque en vez de aprovechar esas vacaciones para descansar tenga que regresar a casa un día antes para reponer fuerzas.

Reconozco abiertamente que me emociono al ver las procesiones salir mientras cientos de personas permanecen en un respetuoso silencio, confieso que se me saltan las lágrimas cuando veo llorar a los cofrades porque su santo se ha quedado en la iglesia por culpa del mal tiempo y, si en vez de ser sevillanos mis padres fueran vascos, seguramente me emocionaría no se... Viendo a un señor cortar troncos por muy absurdo que me parezca desde mi perspectiva actual.
Todos esos sentimientos son nuestras raíces, de dónde venimos y lo que nos hace ser como somos, y estos días de vacaciones he vuelto a sentirlo así que me gustaría que por un momento cada uno de vosotros se parara a pensar de donde viene.
Siento la brevedad de esta entrada pero no quiero molestaros en vuestra reflexión, así que me despido sin antes deciros que debido a que la vuelta de semana santa ha sido muy dura para mí, me volveré a tomar unos días de descanso. Me los merezco...

Sed felices sin mi, ¡gracias por leerme!

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